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Esta es una de esas obras que se dibujan con los dedos manchados, pero también con el corazón lleno. Caperucita forma parte del libro Vilipendios, y aunque acompaña al poema del mismo nombre, en realidad nació mucho antes que él. Como toda la serie, fue realizada primero desde el trazo, la mancha, la intuición… y más tarde llegó la poesía que también había nacido por su propia cuenta y riesgo. Lo sorprendente fue descubrir, tiempo después, cómo cada ilustración encajaba a la perfección con su poema, como si ambos hubiesen sido pensados para encontrarse. Fue uno de esos momentos que la vida regala para decirte: este es el camino.
Recuerdo perfectamente cómo surgió Caperucita: estaba en clase, en la academia de arte. El profesor leía un fragmento de una novela clásica que nada tenía que ver con cuentos infantiles. Pero algo en ese texto, en ese momento, me llevó a dibujar esta escena. Como si algo se activara sin pedir permiso. Y simplemente me dejé llevar. Así funcionan estas piezas: son dibujos subconscientes, visiones que llegan antes de que uno sepa por qué.
El poema que más tarde la acompañó hablaba de una mujer acorazada, aparentemente fuerte por fuera, pero por dentro, frágil como el cristal. Alguien que busca ese amor, esa ternura… pero en un lugar hostil y manchado: en bares, entre la suciedad de una sociedad que la ha enseñado a sobrevivir con dureza . La metáfora de Caperucita me pareció inevitable. Esa niña de cuento convertida en mujer, saliendo sola a buscar flores entre la basura, porque, aún consciente del riesgo, quedarse con ella misma era aún más doloroso.
El lobo, claro, no podía faltar. Aquí simboliza a los hombres que se aprovechan de su necesidad, de su cuerpo, sin ver su alma. La escena está dibujada con trazo figurativo —algo poco común en Vilipendios— y luego intervenida con acrílico rojo y aguada de tinta china aplicada con la técnica de la decalcomanía, popularizada por el pintor canario Óscar Domínguez. Esta técnica consiste en crear texturas a partir de la presión entre superficies húmedas, revelando formas inesperadas. Es un método de hallazgo, igual que este dibujo, igual que este momento.
El trazo casi infantil de Caperucita contrasta con la crudeza de lo que la rodea. Y aun así, ahí sigue, con su capa roja y su cesta vacía, buscando al lobo que tanto temía.
Caperucita es una obra única. Es una herida suave, una fábula adulta que sigue preguntando dónde se esconde la ternura.
Si esta escena te habla, si algo en ella te toca, puedes escribir para saber más o adquirir la obra. Estoy al otro lado más cansado pero vivo, en evangb@me.com.
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