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Hay veces en que la mancha habla primero, y tú solo escuchas. Estudio de manchas y desnudos fue una de mis primeras experiencias con la técnica de la decalcomanía. Estábamos en clase, en la academia de arte, y sonaba música experimental. El profesor nos leía fragmentos de textos antiguos, nos descolocaba con ritmos disonantes o voces distantes. En ese ruido, en esa atmósfera de rareza, decidí lanzar gotas de pintura roja desde lo alto, dejando que se estrellaran contra el papel. Luego incliné la hoja para que la tinta chorreara. Lo demás fue escuchar con los ojos.
Empecé a ver cosas. Una cara, un ojo, una silueta que se insinuaba. Dibujé un pecho colgante, un agujero como una nariz, un pezón, una línea que sugería carne, caída, cuerpo. Y en medio de esa figura, un punto negro se desprendía como un escupitajo —o algo peor—. No lo edité, no lo embellecí. Lo dejé ahí. Esa mezcla entre ilustración figurativa y gesto abstracto me parecía suficiente. Honesta. Sucia. Viva.
La obra acompaña el poema Pipí rojo, de R. G. Ayllón, una pieza poética tan desafiante como escatológica: “Pipí rojo, llorando estaba al ojo del culo de Dios…”. Es una obra que no pide permiso. Una metáfora carnal, desacomplejada, que se zambulle en la carne y la transforma en símbolo.
Sobre el pecho: es un motivo que aparece a menudo en mi obra. No por erotismo, sino porque en él se condensa mucho de lo humano. Nutrición, deseo, caída, peso, fragilidad. A lo largo de la historia, el pecho femenino ha sido símbolo de fertilidad, alimento, deseo, maternidad, pero también de exposición y de vulnerabilidad. Aquí, colgando y manchado, puede ser todo eso o ninguna de esas cosas.
Estudio de manchas y desnudos es una obra que no se explica. Se derrama. Se chorrea. Y el que la mire decidirá si le habla al oído o le grita a la cara.
Si algo de esta figura te inquieta, puedes escribirme a evangb@me.com para conocer más o adquirir la obra.
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