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Esta obra nació sin previo aviso, como un accidente afortunado en una tarde cualquiera de tinta y papel. Estaba explorando cómo el gesto automático podía dialogar con la mancha, y sin pensarlo demasiado, surgieron estas dos figuras que parecían conversar entre sí desde un lugar que ni siquiera yo entendía del todo. A la izquierda, una forma humana, ágil, rota, que salta o huye. A la derecha, un ser encorvado, casi humano, casi animal, que parece observarlo. Me recuerda a un centauro. Yo no lo pensé demasiado mientras la creaba, pero tiene sentido: el centauro ha sido símbolo de la dualidad entre lo racional y lo instintivo, entre la civilización y lo salvaje. Quizá esa figura represente al que se queda, el que observa cómo la otra parte se va, dividido entre comprender y amar.
Esta pintura forma parte de una serie de obras titulada Vilipendios, que nació como una colección de ilustraciones para un libro de poesía ilustrada con el mismo nombre. Cada una de las piezas acompaña a un poema, y esta en particular da rostro y cuerpo al poema Descosido, escrito por quien fue mi pareja durante años. Su texto hablaba —aunque entonces no lo sabíamos— de lo que terminaría sucediéndonos a nosotros: una ruptura emocional donde, a pesar del amor, una de las partes decide volar libre, arrancarse del otro, separarse sin rencor, pero también sin vuelta atrás. «Descosido» fue el nombre que ella le dio a su poema, y encajó como un guante, como si la imagen lo estuviera pidiendo: algo que ha sido desgarrado, pero sigue unido por hilos invisibles.
La tinta china fue mi aliada en este pequeño ritual de desgarro controlado. Usé el gesto y el azar como herramientas principales, permitiéndome perder el control para que la propia obra lo tomara. Cada gesto cuenta, cada línea temblorosa, cada trazo es una decisión entre el control y el caos. Y en medio de todo, las figuras emergen: no fueron dibujadas, fueron encontradas dentro de la mancha, como si siempre hubieran estado allí.
A nivel técnico, utilicé tinta roja y azul combinada con plumilla, manchas gestuales y también la técnica del soplado con un tubito fino, lo que generó esas líneas aracnoideas que cruzan el espacio como nervios, venas o telarañas emocionales. Luego, fui levantando figuras ocultas en la mancha, dibujando lo que ya estaba ahí, solo que esperando a que alguien lo encontrara. Me llevó apenas unos minutos hacerla, pero muchas horas mirarla. Y aún hoy me sigue mirando de vuelta.
A pesar de formar parte de Vilipendos, pienso que es una obra con una autonomía muy poderosa, independiente, que no tiene réplica. Ha estado expuesta en mi estudio, generando conversaciones espontáneas con quienes la han visto. Una clienta me dijo una vez que le recordaba a un sueño recurrente que tenía cuando era niña: «Todo se deshacía, pero yo seguía ahí, entera». No lo he olvidado desde entonces.
Es una pieza única, no replicable. Como todo lo que realmente importa, ocurre solo una vez. Y si resuena contigo, quizás no sea casualidad.
Si quieres hacerla tuya, puedes adquirirla directamente desde esta web o escribirme a evangb@me.com para cualquier consulta.
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